Guillermo del Toro finalmente cumplió su sueño de más de 15 años: llevar Frankenstein a su propio universo.
Descripción de la publicación.
PRINCIPALESDESTACADOPERSPECTIVAS
12/2/20254 min read


FRANKENSTEIN
"Del Toro reimagina el clásico de Mary Shelley como una historia oscura y emotiva donde el verdadero monstruo no siempre es quien creemos.”
No es novedad que Guillermo del Toro, el exitoso director mexicano, nos recuerde una y otra vez en su cine que el verdadero monstruo es el ser humano. Ya sea a través de una historia de amor entre una criatura anfibia y una mujer muda (La forma del agua), de una joven que en su búsqueda de afecto encuentra fantasmas que no aterrorizan, sino que suplican ayuda (La cumbre escarlata), o de una niña que transita entre el horror de su realidad y la promesa de un mundo fantástico (El laberinto del fauno), Del Toro reafirma que lo inhumano rara vez proviene de lo sobrenatural.
Y con esta nueva entrega no hace una excepción —¿cómo podría hacerlo con una historia como Frankenstein de Mary Shelley? Del Toro nos muestra su propia visión de la criatura, de su creador y de ese mundo injusto, pero a la vez profundamente bello, que los rodea. Relata su versión de la historia, sí, pero preserva la esencia de Shelley en cada una de sus escenas.
Lo que del Toro hizo es enorme, desde el diseño de produccion, con hermosos set construidos por la diseñadora Tamara Deverell, quien ya ha trabajado con del Toro anteriormente (Gabinete de Curiosidades), con un enfoque artesanal y de alta escala para cumplir con la visión del director, que baso todo en un estilo gótico-romantico y una ambientacion que mezclara lo historico con lo fantastico.
La historia se sitúa en el siglo XIX, donde Del Toro, fiel a su estilo, se permite ciertas libertades para construir una atmósfera fantástica. La elaboración de los sets no es menor: es evidente que se trabajó en ellos con una profundidad casi obsesiva. La “Torre de creación” de Víctor Frankenstein, por ejemplo, es un espacio crucial para la película: el eje desde el cual todo nace y se derrumba, el lugar donde un monstruo cobra vida… y donde otro se forja. Otro de los escenarios más impactantes es “El Horisont”, el barco que rescata a Víctor de la muerte y lo enfrenta cara a cara con su criatura. El diseño de producción, las locaciones y las construcciones no son meros adornos; son el corazón que le da verdad y peso a esta hermosa historia.
Guillermo del Toro tiene una obsesión personal con el monstruo de Frankenstein. Mucho antes de dirigir su adaptación, ya cargaba con una inspiración constante proveniente de la obra de Mary Shelley, inspiración que se filtra en la mayoría de sus películas. Y aunque en su filme se toma libertades creativas evidentes, la esencia de Shelley permanece, intacta pero transformada. Son precisamente esas diferencias las que potencian su versión: al alterar ciertos elementos del texto original, Del Toro imprime su propia marca de belleza y terror. Profundiza en la relación entre Víctor y su criatura, otorgándole a esta última una pureza, una sensibilidad y una humanidad aún más visibles. Su monstruo no deja de buscar comprensión y conexión, algo que comparte con la novela, pero sus actos, su dolor y sus motivaciones adquieren matices distintos en la mirada del director.
En la obra original, las conexiones familiares de Víctor y su carga de remordimiento son más fuertes y explícitas; sin embargo, Del Toro reinterpreta ese tormento para mostrarnos algo más universal: el verdadero rostro del ser humano, la maldad de la que es capaz y la facilidad con la que se odia aquello que no se comprende. Su versión no suaviza la tragedia, sino que la resignifica, revelando que, al final, el monstruo no es la criatura, sino el hombre que la rechaza.
La obsesión de Del Toro con su versión de Frankenstein se siente pensada en cada detalle, y uno de sus mayores aciertos, si no es que el más grande, es su casting. Oscar Isaac realiza un trabajo magnífico al encarnar a un doctor consumido por la obsesión de desafiar a la muerte y crear vida. Su interpretación revela a un hombre dispuesto a cruzar límites morales impensables, dejando ver un verdadero rostro marcado por la soberbia, la ambición y un dolor al que nunca se enfrenta de frente.
Luego está el talentoso Jacob Elordi, quien interpreta a la criatura con una profundidad y realismo que conmueven. Su actuación llena al espectador de tristeza y belleza, regalándonos un monstruo curioso, amoroso, furioso y herido. Cada gesto refleja el sentimiento de injusticia y rencor que el mundo, o su creador, decidió depositar sobre sus hombros.
Y por si fuera poco, se suma Mia Goth como Elizabeth, aportando una sensibilidad llena de luz y humana. Su presencia ofrece comprensión, ternura y un contraste necesario frente a la oscuridad de Víctor. Es ella quien logra ver, y reconocer, la verdadera esencia de ambos: la humanidad reprimida de la criatura y la monstruosidad latente en el propio Frankenstein.
Del Toro trató este filme como su obra maestra: lo llenó de amor, de significado, de una fotografía con cuadros que reflejan puro color e intención. Cada imagen parece tener un propósito, cada escena carga con un simbolismo que se conecta con la novela de Shelley y con la sensibilidad del propio director. Frankenstein, en manos de Guillermo del Toro, se convierte en una obra que nos muestra la belleza oculta en aquello que no comprendemos y las terribles consecuencias que surgen cuando actuamos movidos por la soberbia y el odio.
Después de más de quince años deseando concretar esta adaptación, Del Toro finalmente lo logró en 2025, y lo hizo de manera contundente, dejando clara su visión. Para muchos, esta película podría considerarse su mejor trabajo, un logro a la altura de El laberinto del fauno.
